Que se rompa, pero que no se doble
El país de la libertad libertaria se encamina a exhibir un escandaloso índice de pobreza: 60%. Adquiere relevancia el eslogan presidencial con agregado inhumano. No hay plata, hay hambre. Treinta millones de argentinos comen poco y nada. El daño es irreversible. Las consecuencias sociales de la destrucción económica en ciernes llevará mucho tiempo revertirlas a favor de los actuales damnificados. El viaje, de clase media baja a pobres, es una hipoteca perversa. La movilidad social ascendente ha quedado rezagada en el arcón de los años felices. Peronistas. Hace demasiado tiempo que el Pueblo ha sido abandonado a la buena de Dios. Los países no se hunden solos. Es un proceso de decadencia. Gradual y efectivo. En el que interviene una disparidad de factores locales e internacionales. Denunciar el hambre es un ejercicio verbal fácil. Combatirlo es una política pública comprometida. Una opción ética ausente en varias administraciones de procedencias partidarias disímiles. ¿Por qué rascamos el fondo de la olla? ¿Es toda de Milei? Al que le quepa el sayo que se lo ponga. Buscar soluciones en lo viejo es darles argumentos racionales a los inquilinos de la Casa Rosada. Renovemos. Un Toto Caputo pletórico augura el descenso vertiginoso de la inflación. Revolea que, en febrero, rondará más cerca del 10 que del 20%. Pequeño detalle. Esconde la pobreza. Ningunea la quiebra de miles de pequeñas y medianas empresas. Desocupación galopante. Luz, gas, transporte, por las nubes. Ingresos, menos diez. Los que viven de changas, son legión en el Conurbano. Entraron en emergencia. La demanda de alimentos, desde el 10 de diciembre de 2023, aumentó 20% en Merlo. Comedores y merenderos, estallados. No es imprescindible asistir a los claustros de Harvard para prever el fin de esta película de terror. Que se rompa, pero que no se doble. Alem.