Fascistas
Las nuevas generaciones desconocen el etiquetamiento que les colocaba el Partido Comunista de la Unión Soviética y sus satélites a los movimientos políticos terceristas. A Perón, por ejemplo, apenas irrumpió con su tremenda revolución social, enseguida lo tildaron de “fascista”, “nazi”, “nazifascista”, “nazi-nipo-fasci-falangista”. Por eso, la progresía de Palermo Soho, heredera de aquellos difamadores profesionales, le cuelga su cartel autoritario a quien intente colocarse en la vereda de enfrente. De este modo, se banaliza la política, ganan terreno la conversación berreta y la tergiversación histórica.
A menudo vemos que se ha vuelto a hablar de fascismo como si esta ideología, sepultada en la Segunda Guerra Mundial, tuviera vigencia. ¿Qué proponía el fascismo? “Todo dentro del Estado, nada fuera del Estado, nada contra el Estado”. Esa era la voz de orden de Benito Mussolini y eso llevaba a la práctica. Nada de pluralismo, nada de democracia representativa. Dictadura pura y dura. Leña al que pensaba distinto o aceite de ricino.
Líderes contemporáneos como Milei en la Argentina, que se proponen destruir al Estado desde dentro, de ninguna manera son fascistas. Son lo que ellos mismos dicen de sí mismos: liberales libertarios. Caer en el etiquetamiento fácil es el mejor favor que se le hace al régimen gobernante, destructor de la solidaridad y de cualquier condición proclive al imperio de la justicia social. ¿Por qué? Porque para vencer al adversario, hay que identificarlo correctamente. Si se lucha contra un fantasma, la realidad termina por concretar su faena. Es decir, pelear contra el fascismo que no existe es darle rienda suelta a Milei.
Lamentablemente, la cultura woke, nacida en las universidades privadas de los Estados Unidos e impuesta al resto de Occidente (este problema no existe en China, ni en la India ni en Rusia), hace estragos en la juventud desinformada y malformada. Urge, por tanto, una ardua tarea de esclarecimiento para despejar el colonialismo ideológico –como denomina el Papa Francisco al wokismo– que se ha enancado en los partidos democráticos. Es el camino –complejo, por cierto- que nos lleva a recrear un horizonte directivo auténticamente nacional, compenetrado de la doctrina justicialista que fundó Perón inspirándose en el humanismo cristiano.