¿Quién mandó a matar a Cristina?
El 1 de septiembre de 2022, hubo un intento de magnicidio en la República Argentina. Cuarenta años de democracia, quedaban, de ese modo, sepultados bajo los escombros del odio antiperonista y de la antidemocracia. Sin entrar en detalles del atentado ni en el perfil del autor, el hecho en sí contiene un alto voltaje político. Porque, a no dudarlo, se trató de un atentado político que pretendió borrar de la escena política a la mujer que más cargos institucionales ha ocupado –por el voto popular- en la historia nacional: legisladora provincial, diputada nacional, senadora nacional, dos veces presidenta y un mandato de vicepresidenta de la Nación. Desde luego que los pormenores del atentado son importantes y ameritan una investigación. Sin embargo, el proceder del Poder Judicial es deficiente. El móvil ha pasado inadvertido para los investigadores y la autoría intelectual no se investiga. Por tanto, la pesquisa se autolimita y soslaya la producción de pruebas conducentes a la verdad de los acontecimientos. Estamos frente a un simulacro de juicio en donde lo accidental es importante y lo importante, directamente, queda reducido a la nada misma.
Sin embargo, un análisis del asunto nos lleva a involucrarnos en la narrativa dialéctica. A grandes rasgos, Cristina representa un modelo de Patria soberana, con políticas inclusivas, desarrollo económico sustentable y justicia social. Es la cabeza del Movimiento Nacional y Popular con eje en el Peronismo. Así, su representatividad genera apoyos, por un lado, de los sectores de la producción y el trabajo, y, por el otro, ataques de las elites globalizadoras propietarias de la acumulación capitalista trasnacional. El conflicto es nítido e ineludible. Hay enfrentamiento. Es decir, confrontación de intereses. La mentada grieta aquí pierde sentido de la realidad. El Peronismo parte las aguas. Y aunque no abreva en fuentes marxistas, plantea la contradicción principal: Pueblo u Oligarquía, Patria o Colonia, Nación o Neocolonialismo. Obviar este marco conceptual en el análisis del magnicidio frustrado, es convertir el hecho en un caso de delincuencia común cuando se trata del acontecimiento más impactante de las últimas décadas en términos políticos.
En la lucha por el poder, las minorías oligárquicas apostaron a fondo. Fueron a fondo. Indujeron el atentado. Son la matriz intelectual de la criminalidad. Son los herederos naturales de la sentencia sarmientina “no ahorrar sangre de gauchos porque es lo único que tienen de humano y sirve para abonar la tierra”. Son los herederos del “se acabó la leche de la clemencia” para justificar los fusilamientos del 9 de Junio. Son los herederos de “la letra con sangre entra” para justificar la represión genocida del antiperonismo desde 1955 hasta la fecha. Pongamos las cosas en su lugar. La narrativa dialéctica nos ayuda a comprender la profundidad del magnicidio frustrado y nos permite mantenernos de pie, resistentes, sin lastimarnos las rodillas por arrastrarnos ante la criminalidad organizada del poderío oligárquico globalista, con sus vicarios circunstanciales en la Casa Rosada. Luchemos y se van.