Eucaliptos de Bracken
Los abrepuños se clavaron en las patas de mis perros corredores de mariposas anaranjadas, el potrero inundado regalaba trinuras de sapos y ranas, los teros coloreaban la siesta con engaños, los espanté con una oración pagana, lo mismo da a esta altura de mi muerte en vida, el camino de la estancia de Bracken continúa siendo de dos orillas de eucaliptos, troncos centenarios, elevada frescura, corteza soñolienta, alguna vez treparon por sus ramas temblorosas comadrejas hambrientas y buscaron gusanos pájaros carpinteros, los acaricié como si fuera la cabeza de un niño abandonado, a varias cuadras una tropilla zaina desobedecía a la yegua madrina, era el silencio un imperio, distinguí, entre cardos secos, a Don Ariel Lukin, el fotógrafo judío del Pueblo soñado, ¿o habrá sido un gaucho aparecido? La tormenta apuró el retorno. En casa me esperaban las sombras de mis padres.
Horacio Enrique Poggi