La resignación no hace historia
La mujer de treinta años es una obra maestra de Honorato de Balzac. La protagonista de la novela se llama Julie, una muchacha que desafía las limitaciones de la época y adquiere ribetes de heroína: logra imponer su autonomía en un ambiente –mediados del siglo XIX- que confinaba a la mujer en el hogar y la crianza de sus hijos. Es un alegato alejado de la sobreactuación irracional de la mujer que suele ocasionarle pérdida de femineidad. Julie encarna el feminismo de Evita: ni atrás ni adelante del hombre. A su lado. Codo a codo. Compañera. Disquisiciones al margen, Balzac advirtió que la resignación es un “suicidio cotidiano”. Y la referencia viene de perlas para retratar el ánimo militante luego de que el Senado de la Nación aprobara la Ley Bases. ¿Cuántas veces enfrentamos situaciones similares? Los peronistas hemos superado retrocesos electorales y políticos complejos. Desde la sana rebeldía, desde la insolencia constructiva. Ningún gobierno democrático –por más espantoso que resulte- es el fin del mundo. Llama la atención que la respuesta de “las primeras líneas” quede reducida a la impotencia infantilista: cacería de “traidores” y escrache fascista. Eso sí, con épica de medio pelo jauretcheano. En paralelo, observamos la carencia de un mensaje de esperanza y contención. De esperanza, para demostrarles a las nuevas generaciones militantes que la Patria no se ha perdido. Y de contención, para que nadie se vaya cabizbajo y derrotado a su casa. La ceguera fundamentalista es la mejor aliada de la derrota. Lleva a justificar situaciones condenables. Lesivas de la paz y la convivencia ciudadanas. “El que tiene la verdad no necesita la violencia, porque el que tiene la violencia jamás conseguirá la verdad”, sentenció alguna vez Perón. Digámoslo con todas las letras: el presidente Javier Milei ha sido investido por la soberanía popular. No usurpa el poder. Que en el ejercicio del mismo cometa atrocidades, es harina de otro costal. Considerarlo “dictadura” es un error que determina conductas horrorosas. Entonces, ¿qué hacemos? De arranque, apreciar y discernir correctamente el panorama. Despojarnos de ideologismo (recordemos a Francisco: la realidad es superior a la ideología). Elaborar un programa alternativo. Renovar, a fondo, el horizonte directivo del Justicialismo. Profundizar el debate en los marcos legítimos y legales de la democracia. Ganar la calle como enseña el principio de economía de fuerzas (para este caso puntual releer Conducción Política). Respetar los tiempos institucionales. Superar a las mayorías legislativas circunstanciales con inteligencia y realismo crítico. Salir de los microclimas. No exagerar ni mentir. Tampoco, por ejemplo, hacer de la Iglesia una unidad básica. Recordar que “nadie es la Patria, pero todos lo somos”, (Borges dixit). Cuando madure la breva, caerá. Inexorable.