Consejos de Juan Bautista Alberdi para Milei y la oposición
Por Horacio E. Poggi
Mientras el presidente electo Javier Milei termina de organizar su ministerio y concita distintas objeciones por la procedencia de sus futuros funcionarios, no está de más memorar algunos consejos de Juan Bautista Alberdi, pensador de cabecera del libertario, para esta instancia desafiante, que compromete el destino de la República de los próximos cuatro años.
Antes de ingresar en los conceptos del prócer tucumano, es oportuno manifestar nuestra disidencia con quienes, desde un revisionismo ramplón y primario, han impuesto la idea –falsa, por cierto- de que existe un Alberdi “nacional y popular” por sus debates apasionados con Bartolomé Mitre y Domingo Faustino Sarmiento. Nuestra posición es tajante: hubo un solo Alberdi, el Alberdi liberal, polemista y cambiante, en cuanto a observaciones circunstanciales de hombres y acontecimientos, pero coherente en su línea ideológica hasta el fin de sus días.
Hecha la aclaración de marras, en este artículo, vamos a exhumar un olvidado escrito alberdiano de 1859, que titulado Al pueblo argentino y al general Urquiza sobre las elecciones próximas. Consideramos que los conceptos de fondo vertidos en el folleto mantienen vigencia y vienen de perlas tanto para Milei como para sus opositores.
Explica Alberdi: “La persona del presidente debe ser una bandera de paz, una bandera blanca… El presidente debe más bien presidir que gobernar, como ha hecho el general Urquiza. Esta forma no es de la monarquía constitucional: es la esencia de todo gobierno de hombres. El decoro de la persona que manda se gasta con el ejercicio inmediato del gobierno”.
Y acota a continuación: “El jefe del estado debe hacer gobernar más bien que gobernar él mismo: para esto son los ministros. Ellos son sus brazos, y no solo los brazos, sino la inteligencia del gobierno. En ellos, más que en el presidente, debe estar la inteligencia del poder; en ellos, que tiene a su cargo inmediato la discusión del pensamiento del gobierno en los consejos de estado, en las cámaras, en la prensa, en la diplomacia, etcétera”.
Alberdi considera que “el jefe supremo, como su nombre lo dice, debe estar más arriba del nivel de esas luchas y combates, en una especie de neutralidad excelsa que le conserve la confianza de los partidos rivales. Si la cabeza del Chimborazo está cubierta de un cielo azul y pacífico, es porque las tempestades pasan a sus pies. Todo el juicio del presidente está en elegir sus ministros”.
Sin embargo, los conceptos alberdianos no se limitan a la materia presidencial. El electorado también es destinatario de sabias advertencias: “Que acertéis o no acertéis en la elección de un presidente, tened por sabida una cosa capital: una elección no es cuestión de vida o muerte para el país y su constitución (…) El país no puede perderse en ningún caso, en ninguna mano, bajo ningún gobierno. La constitución no podrá desaparecer sea quién sea el presidente electo”.
Y a los ansiosos, a los de impaciencia fácil, porque no ven concretados sus anhelos a la brevedad, hayan o no votado a determinado presidente, les indica: “Tened confianza ciega en la vida de la patria, tenedla en vosotros mismos y contad a ojos cerrados con que la constitución no dejará de existir por tener un presidente más o menos imperfecto. Si podéis tenerlo bueno, tanto mejor para el país. Si os cabe tenerlo malo, no desesperéis por eso, aceptadle como la expresión equivocada de la voluntad nacional; pero no resistáis a esa voluntad ni al que ha sido elegido por ella justa o injustamente, a tuertas o derechas”.
Finalmente, Alberdi les habla a los opositores, a aquellos que perdieron la elección y quedaron fuera de las instancias de poder: “El mejor recurso contra una elección perdida, es esperar, con la paciencia varonil de hombres de libertad, la suerte de la elección venidera, trabajando entretanto en mejorar sus propios intereses y dejando a la paz del país que produzca por sí misma sus frutos naturales”.
Estimamos que frecuentar el pensamiento originario de los Padres Fundadores es un ejercicio enriquecedor, en la medida que lo hagamos con desinterés ciudadano y altruismo patriótico. Poner en acto la austeridad republicana también es sumamente necesario a la hora de dar la batalla cultural por una Argentina Grande, con todos adentro.